Aquel día del Tratado de Versalles, donde se unieron dos mundos que en nombre de la paz jamás se habían unido, los lujosos cimientos del Palacio de Versalles 
acogieron a los soldados y obreros que clamaban ya un fin a la guerra. Es esta unión entre lo lujoso y lo 
desgastado, los tronos y las armas, el poder y los menos poderosos, fue lo inspirador; no es la guerra lo que 
inspira, no es la monarquía y sus suntuosos palacios lo que inspiran, la verdadera musa es esa unión entre hombres cansados de luchar unos con otros, que solo quieren caminar tranquilos con sus familias, sin temor, y que por ello, acuden sin miedo alguno a presenciar entre paredes decoradas con oro, como acaba la guerra con un pacto que promete protegerlos.